Independientemente del tipo de evaluación de política pública que desees realizar, te tienes que asegurar de hacer una evaluación inteligente. Pero, ¿qué es una evaluación inteligente? Es aquella que te permite aprender durante el proceso, comprender con certeza, formular nuevas ideas y tomar decisiones sobre un programa o política pública.
Para lograr esto, propongo los siguientes ingredientes: 1) solidez metodológica, 2) recomendaciones relevantes, 3) tiempos adecuados y 4) lenguaje accesible.
Un buen evaluador de programas y políticas públicas es un profesional con una amplia gama de conocimientos técnicos y teóricos que le permiten dominar y ejecutar metodologías cualitativas y cuantitativas de evaluación.
El evaluador debe garantizar el uso de una metodología rigurosa, orientada a la calidad en el diseño, planificación y ejecución de su labor. Debe emplear técnicas y herramientas apropiadas para la recolección, análisis e interpretación de los datos, así como procedimientos que determinen, con precisión y exactitud, los hechos observados.
Asimismo, el evaluador debe asegurarse de que la evaluación tenga validez y esté contextualizada, de modo que demuestre tener evidencias suficientes que soporten las afirmaciones reportadas en el informe de evaluación. Sin esta solidez metodológica, los hallazgos podrían ser puestos en entredicho con facilidad y, de esta forma, comprometer la utilidad y factibilidad de las recomendaciones emitidas.
Una evaluación inteligente se caracteriza por ofrecer recomendaciones relevantes y útiles que permitan a los decisores, operadores y demás involucrados en los programas, introducir mejoras viables al desempeño de las intervenciones.
En mi experiencia, las recomendaciones relevantes y útiles se formulan a partir de los siguientes elementos:
Los resultados de una evaluación deben llegar en el momento preciso para que los decisores las tomen en consideración. Si llegan tarde, no sirven. La evaluación debe realizarse en los tiempos adecuados y bajo las formas previamente definidas, con la finalidad de cumplir con las necesidades y demandas establecidas por los destinatarios principales o los requirentes.
El evaluador debe diseñar un plan de trabajo impecable que le permita organizar su trabajo, el cual debe socializar entre los miembros de su equipo, pero también con los operadores y responsables de los programas, decisores o cualquier otro involucrado en la evaluación.
Un informe o reporte de evaluación es un documento que debe redactarse para diferentes tipos de audiencias. Debe ser accesible tanto para un funcionario de primer nivel como para un ciudadano interesado en conocer cómo operan los programas.
Un buen informe de evaluación debe redactarse en un lenguaje accesible que, a la vez, sea formal, neutral, diplomático, coherente y esté dirigido a todo tipo de público.
Debo decirte que un trabajo que carezca de alguno de estos elementos, el que sea, no puede considerarse de nivel profesional. Ahora te explico el porqué. Una evaluación sin solidez metodológica no tendrá rigor ni validez científica; una que no aporte recomendaciones relevantes, no le servirá a un decisor; una que no llegue a tiempo, será un gasto a la basura; y una con un lenguaje demasiado técnico, no ayudará a la transparencia. Demasiadas razones como para que no consideres estos aspectos, ¿no crees? Toma en cuenta esta información y realiza evaluaciones de política pública de calidad.
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